ENTREVISTA A LA SORPRESA
Están llamando a la puerta. Es raro a estas horas. No espero a nadie. Me asomo por la mirilla y es una mujer. Veamos qué quiere.
—Hola.
—¿Me entrevistas?
—¿Cómo dice?
—Que si me entrevistas.
—¿Que si la entrevisto?
—¿No haces entrevistas a personajes irreales?
—Sí.
—Pues eso. ¿Me entrevistas?
—¿Pero quién es usted?
—¿No lo adivinas?
—No sé. Me ha cogido por sorpresa.
—¡Caliente!
—Caliente, qué.
—Lo que has dicho.
—¿Lo que he dicho? Qué he dicho… ¡Ah, caramba! ¡Es la sorpresa!
—¡Te quemaste!
—Muy interesante. Pase, pase.
—Oye, qué bien te queda la calva.
—¿En serio?
—Y las canas.
—Vamos a precisar. ¿Es la sorpresa o es la mentira?
—No, no. De verdad. No parece que te estés pudriendo en esta pocilga fracasado, arruinado, olvidado y despreciado por tus semejantes…
—Tampoco hay que pasarse.
—… Tienes aspecto de que te fueran las cosas mucho mejor de lo que te van. Créeme.
—Se agradece. ¿Comenzamos?
—Comencemos.
—Sea bienvenida.
—Eres bien hallado.
—Con la de veces que me ha visitado usted, y no la he reconocido…
—Es lógico. Hace mucho que no te sucede nada especial.
—¿Mucho dice? ¡Si me llevo un sobresalto detrás de otro!
—Pero para ti no es especial. Es como inevitable. Como previsible. Sufres tantas calamidades y te has acostumbrado tanto a ellas que, cuando se presentan, no las consideras una sorpresa. Y, si no son calamidades, tampoco. Has perdido la capacidad de identificarme. Por eso no me reconociste.
—Será. Usted es más malilla que buena, ¿no?
—Depende de la persona.
—¿Me está diciendo que soy yo el responsable de que las sorpresas sean agradables o desagradables?
—Todos, con sus actos, deciden de algún modo.
—¿Deciden?
—Propician. ¿No tienes un epigrama que dice ‘el naufragio no es ninguna sorpresa para quien se expuso a él viajando en barco’?
—Cierto.
—Pues ahí lo tienes. En cualquier caso, yo me limito a cumplir ódenes. Se me hacen encargos concretos para cada persona y para cada momento de la vida de esa persona. Encargos que, como sabemos, no son siempre de la misma naturaleza, aun tratándose de la misma persona.
—¿Quién le hace esos encargos?
—Es muy complejo. No lo entenderías.
—Pruebe.
—Digamos que la superioridad.
—Los extraterrestres de los cojones…
—Dejémoslo en la superioridad a secas.
—Antes ha mencionado uno de mis epigramas. ¿Está de acuerdo con este?: ‘El hombre fabrica presentimientos porque Dios inventó la sorpresa’.
—Muy de acuerdo. Aunque es un asunto del que prefiero no hablar. Entiende que el presentimiento y yo no somos lo que se llama grandes amigos.
—Se pisan mutuamente. ¿Me equivoco?
—Admitamos que hay entre nosotros un conflicto de intereses.
—Ahora que lo pienso… ¡Claro! Solo el presentimiento consigue sorprender a la sorpresa… Anular sus efectos…
—No sigas por ese camino.
—… El presentimiento es la sorpresa para la sorpresa…
—¡Basta, te digo!
—Perdone, no era mi intención incomodarla.
—¿Algo más?
—¿Me visitará próximamente?
—No lo dudes.
—¿Y a la humanidad en bloque?
—Dalo por hecho. Y que sepas que vendré muy, pero que muy gorda. Gorda como no imagináis. ¡Como nunca me habéis visto de gorda!
—Pero si están de moda las delg…
—¿Hemos terminado?
—Sí, gracias. Ha sido un placer.
—…
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