LOS PLASTAS APLASTADOS
En el bosque:
—Buenas.
—Buenas.
—No quisiera inquietarlo, pero ese árbol que se está desplomando va a caerle justo encima.
—¿Qué árbol? —preguntó el otro levantando la vista.
—Ese.
—¡Caramba! Sí, sí. Realmente peligroso.
—No. Si por eso era. Porque digo: “Como no avise a este hombre, capaz es de ocurrir una desgracia”.
—Pues ha hecho muy bien, porque es grandísimo y viene con una mala uva que para qué.
—Ya lo creo.
—¿Y cómo se llama?
—¿El árbol?
—No. Usted.
—Ah. Yo, Paco.
—Yo, Manolo.
—Encantado.
—Igualm…
El árbol los reventó mientras se daban la mano.
Fin
(Estupideces III, Pepe Gómiz)
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