EPIGRAMA DEL DÍA

"La suerte es una fuerza compensatoria para beneficiar a los más torpes". (Prontuario de supervivencia, Pepe Gómiz)

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Descripción: Este blog es una nanoporción de mí mismo; a mi vez, nanoporción de la humanidad; a nuestra vez, nanoporción del universo; a su vez, nanoporción de un todo perteneciente al supratodo que ni llego a imaginarme.

Herramientas: Los fenómenos de mi experiencia, los noúmenos de mi fantasía, mi literatura, mi música y demás utillaje.

Valoración: De visita muy recomendable.

Expectativas: Tras consultar el DRAE, diré que vergatarias, padrísimas, óptimas.

Conclusión: Sin necesidad de consultar el DRAE, acción y efecto de concluir.

miércoles, 29 de febrero de 2012

ENTREVISTA A UN EMPOLLÓN


ENTREVISTA A UN EMPOLLÓN

Decían las malas lenguas que yo lo era. Pero no es cierto. Solo chapé lo justo para sacarle un partido razonable a mi potencial. Hoy, entrevisto a un empollón.

—Hola, majete. ¿Qué es de tu vida?

—Aquí estamos.

—Chico, qué ojeras. Y qué blanco estás. Recuerdas a un cadáver.

—Es porque no duermo ni salgo. Me paso el día estudiando.

—¿Y compensa?

—Si la gente no fuera como es…

—Tan hija de puta.

—… quizás compensara. Pero siendo como es…

—Tan hija de puta.

—… me planteo a veces si merece la pena.

—Hay pitorreo contigo, ¿verdad?

—No es exactamente pitorreo. Es una mezcla de respeto y desprecio, con la envidia como telón de fondo.

—Jo, qué bien lo has definido. La puta gente —perdona lo de “puta”, es para no repetir “gente” a secas—…

—Me hago cargo. Aunque también dijo antes “puta”.

—Sí, pero no a secas. Iba con “hija”. La puta gente, digo, parece suponer que nacemos sabiendo. Que el esfuerzo no hace falta.

—Sin duda. El esfuerzo está muy mal visto.

—Y fíjate qué estupidez y qué injusticia tan grandes si lo analizamos. Se considera que el empollón es alguien con más voluntad que talento. ¿No?

—Sí. Eso se le censura.

—Pero de estas dos características solo una depende del sujeto: la voluntad. Cada quien decide si la usa más o menos. En cambio, la otra característica, el talento, es inmodificable. Con el que se nace, se muere. Y no hay manera alguna de dosificarlo, como sí dosificamos la voluntad.

—Interesante.

—¿Qué se le reprocha, pues, al empollón? ¿Que no haya nacido más listo? Y qué sabe nadie a qué se debe el reparto de inteligencias. Qué sabe nadie si es cosa de Dios o mero azar biológico o decisión de cada uno de nosotros antes de nacer. Irracional y de necios sería ese reproche.

—Estoy de acuerdo.

—¿De qué se le acusa, entonces? ¿De sobreutilizar la voluntad? ¿De no sujetarse a las limitaciones de un talento mejorable y de recurrir al esfuerzo para alcanzar metas que contravienen sus capacidades naturales? ¿Es de eso? ¿Es de colaborar con su holocausto a la evolución de la especie humana, de lo que se le acusa?

—La Teoría del Centésimo Mono…

—¡Exacto! La experiencia del empollón sirve a otros monos. Sus logros harán que la manada obtenga un mayor rendimiento del esfuerzo. Luego, desde ese enfoque, no es posible ningún reproche.

—¿Y si derivan el ataque al ego?

—Lo rebato también. Pues el trabajo de cualquiera, por egocéntrico que pudiera ser el objetivo inicial, termina beneficiando a todos. Y aunque así no fuese, el afán de superación no es punible, sino conveniente y hasta necesario para el pleno desarrollo del individuo. Ergo, por esta vía, tampoco se admiten obstancias.

—Muy de acuerdo.

—Te diré qué se le reprocha al empollón, querido amigo. Al empollón se le reprocha que llegue tan lejos con el ejercicio de la voluntad. Por dos razones. Primero, porque ejercer la voluntad es laborioso, y con su ejemplo compromete al vago. Y segundo, porque la voluntad por sí sola no asegura el éxito, y con su ejemplo compromete al mediocre.

—Muy, pero que muy de acuerdo.

—Así que a lo tuyo y que les vayan dando a esos catoncillos de tres al cuarto. Tengo un epigrama que puede serte útil cuando se recrimine tu perseverancia. Dice: “Si los hombres sin voluntad llegaran a tenerla, mostrarían plenamente la medida de su incompetencia”.

—Muy, pero que muy, pero que muy de acuerd...

—¡Basta! O pensarán que me entrevisto a mí mismo.

—Perdone. Es que me ha gustado mucho su planteamiento.

—Me alegro, hombre. Gracias por la entrevista.

—Gracias a usted.

—Y no dejes de estudiar.

—Descuide. Seguiré estudiando. Y más ahora, si cabe.

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