Esto es continuación de ENTREVISTA A DIOS (6)
—Oiga… Altísimo…
—…
—¿Está ahí?...
—…
—Dios, ¿está?
—Estoy. ¿Qué me quieres?
—Hola. Perdone que le moleste, pero necesito hablar con usted.
—Pues habla.
—Verá. Es que son varias cosas. ¿Tiene prisa?
—Tú habla.
—De acuerdo. Empiezo. ¿Qué pasa con el 2012?
—Cambios.
—Sí, ¿no?
—Sí. Grandes cambios. Y, además, no sé por qué preguntas: estás suficientemente informado.
—Lo estoy. Era por si acaso.
—Por si acaso, qué. No hay acaso que valga. Sucederá lo que está profetizado.
—¿Y no hay posibilidad alguna, por remota que sea, de que…
—No. No la hay. Sucederá.
—¿Qué debo yo hacer?
—Te repito que estás suficientemente informado. Sabes muy bien lo que debes hacer.
—¿Seré uno de los elegidos?
—¿Crees que has alcanzado el nivel necesario para serlo?
—Me temo que no.
—Pues ahí tienes la respuesta.
—¿Y alguno de los míos?
—Eso es algo que no te concierne.
—Lo noto muy serio, Altísimo.
—Estoy muy serio. Me tenéis muy serio. Y tú, en particular.
—¿Yo en particular? ¿Qué he hecho yo?
—Te rebelas contra tu suerte con rabia y hasta blasfemas. No son esas las reglas del juego, sino la paciencia y la resignación ante las adversidades.
—Sobre eso quería tratar: Ha llegado a mis manos un libro titulado ‘El libro de los espíritus’, de Allan Kardec, en el que se asegura que nacemos para expiar nuestras culpas o para cumplir una misión. Y en esto es donde pienso que está el problema.
—En efecto. Ese es el problema. Siempre creíste haber nacido para cumplir una misión, y te desespera ver que no llegan los resultados, porque, en realidad, naciste para expiar tus deudas. En lugar de aceptarlo con humildad, vives amargado y lleno de odio. Con tu actitud estás haciendo inútil esta encarnación, estás consiguiendo que no te sirva de nada.
—¿Pero puedo aún arreglarlo?
—Lo dudo. Queda poco tiempo y tu ira es mucha.
—Incluso así, quisiera saber qué hago. Puesto que todo aquello que emprendo se malogra, me es igual una actividad que otra y me gustaría ocupar lo que me reste de vida en ser de provecho al prójimo, pero no sé en qué ni cómo.
—¿No escuchas a tu espíritu guía? Tienes asignado uno. Como todo el que se encarna.
—Lo sé.
—¿Entonces?
—Yo, Altísimo, no escucho nada. O es mudo, o estoy sordo.
—¡Hay que ser tarado! En cualquier caso, déjalo. Para ti ya es tarde. La próxima vez intenta aprovechar mejor esta etapa.
—Pero…
—He de irme.
—Altísimo. Altísimo… ¡Altísimo!...
(CONTINUARÁ)
No hay comentarios:
Publicar un comentario