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"La suerte es una fuerza compensatoria para beneficiar a los más torpes". (Prontuario de supervivencia, Pepe Gómiz)

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Descripción: Este blog es una nanoporción de mí mismo; a mi vez, nanoporción de la humanidad; a nuestra vez, nanoporción del universo; a su vez, nanoporción de un todo perteneciente al supratodo que ni llego a imaginarme.

Herramientas: Los fenómenos de mi experiencia, los noúmenos de mi fantasía, mi literatura, mi música y demás utillaje.

Valoración: De visita muy recomendable.

Expectativas: Tras consultar el DRAE, diré que vergatarias, padrísimas, óptimas.

Conclusión: Sin necesidad de consultar el DRAE, acción y efecto de concluir.

sábado, 19 de febrero de 2011

ENTREVISTA AL CAFÉ QUE PELA

[Carmencita, manteniendo la vista fija en una estantería de licores que tenía delante, se llevó la taza a su boca ínfima de cupletista de principios de siglo… y se le descolgó un pedo sordo. Mientras un escalofrío subía, vertiginoso, por su espalda erizada de sugerentes cerdillas morenas, ahora enhiestas, Carmencita regresó la taza al plato con una entereza de reina. En esto, dos lágrimas brotaron inconsolables diluyendo el rimel de sus ojos morunos, y unos vejigones como garbanzos de Tudela afloraron a la punta de su encantadora lengua virginal. Pero Carmencita es muy biencriada como para mandar a don Serafín a tomar por culo con sus muertos, que es a donde tenía que haberlo mandado por servirle el café hirviendo. Que es que don Serafín también se pasa. Así que permaneció callada. Disimulando, la pobre.]

Lo anterior (perteneciente a la novela “Confidencias de una barra”, uno de esos trabajos que tengo empezados y reposando, no sé si por prudencia o por vagancia), describe con cierta fidelidad el apuro de la desprevenida Carmencita por culpa del molesto personaje que paso a entrevistar: el café que pela.

ENTREVISTA AL CAFÉ QUE PELA

—¿Te crees muy gracioso y tal?

—¿Ni bienvenido ni nada?

—¡Bienvenido leches! ¡Que no tienes luces!

—Pero, bueno, ¿a ti qué mosca te ha picado?

—¿Y, encima, lo preguntas? ¿No te digo que no tienes luces?

—Vamos a ver. ¿Cuál es el problema? ¿Que quemo? Pues sopla.

—¿Pero por qué tengo yo que soplar? Y, además, soplar es de mala educación.

—Pues me cambias de vaso y asunto resuelto.

—¿Y por qué tengo que andar cambiándote de vaso? ¿Y si no hay otro vaso?

—Pues te esperas un poco a que me enfríe.

—¡Pues no! ¿Y si tengo prisa? ¿Qué pasa si tengo prisa?

—Pues no tomes café.

—¿Y por qué no voy a tomar café?

—Chico, qué difícil lo pones. No sé. Échame hielo.

—¿Hielo? Lo que te voy a meter es un bofetón que te vas a enterar.

—En este plan no sigo, ¿eh?

—Pues no sigas. Y una cosa te advierto: Como yo me vuelva a quemar por culpa tuya, te doy la del pulpo. ¿Me oyes? La del pulpo. ¿Está claro?

—…

—¡Que si está claro!

—…

—Pues avisado quedas.

—¡Muérete!

—¿Has dicho algo?

—…

—¡Ah! ¡Es que me creía!…

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