ENTREVISTA A UNA MOSCA
—Oiga, ¿le importaría dejar de volar un momento?
—Bueno. Pero las manos donde yo las vea.
—¡Cómo! ¿Me cree capaz…?
—Le sé. Le sé capaz.
—Se equivoca, ¿eh?
—Al turrón, amigo.
—Claro, claro. Hay prisa. Que usted vive muy poco. Tres días, tengo entendido.
—Tiene entendido mal. Vivo más de un mes.
—Ah, pues mira. No es que sea mucho, pero…
—Pero qué. Cada uno vive lo que vive.
—Por supuesto. Pero un mes…
—En un mes hago lo mismo que tú en cien años.
—Permítame dudarlo.
—Nazco, vivo y muero. ¿No es eso lo que tú haces?
—Ya, pero en medio…
—En medio doy por saco. Como tú.
—¿Que yo doy por saco?
—…
—En fin. Comencemos. Bienvenida.
—Mientes.
—¡Joder con la mosca de los cojones! ¿Vamos, o no vamos a poder empezar la entrevista?
—Es que decirme bienvenida es una idiotez. No soy bienvenida en ningún sitio.
—Lo supongo. Era una mera fórmula de cortesía.
—¡Dónde se habrá visto, cortesías con una mosca!
—Yo las tengo.
—Y matamoscas.
—¿Perdón?
—Que tienes cortesías y matamoscas. ¿No es tuyo ese matamoscas?
—¿Qué matamoscas? Ah, sí. Disculpe. Una desconsideración por mi parte tenerlo ahí. ¿Quiere que se lo enseñe? Lo compré en unos chinos. Tenga. Tenga.
¡¡¡¡¡¡PLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAFFFFFFFFFFF!!!!!!
—Los muertos de la mosca. El coñazo que me estaba dando.
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