Digo en el epigrama de hoy:
“La nada existe, al menos, como concepto: Luego es la tapadera de algo aún más insignificante que no alcanzamos a imaginar”…
A lo que añadiría:
… y que tampoco es la verdadera nada, porque, desde que imaginamos la posible existencia de eso que hay bajo la tapadera, lo convertimos en algo: un producto de nuestra imaginación. Tal sucederá cada vez que intentemos el proceso.
La nada, pues, tendría que ser tan inexistente que escapase por completo a nuestra imaginación para ser realmente nada. Empeño inútil, porque el ser humano propende a imaginar bajo cualquier circunstancia.
La única nada, entonces, para nosotros, es una nada espuria llena de hipótesis y conjeturas que impiden la ausencia absoluta. Por tanto, lo que entendemos como nada no es la nada, sino algo a lo que equivocadamente llamamos nada. Si la verdadera nada existe, queda fuera de nuestras capacidades cognitivas, sensoriales e imaginativas. Esto, por un lado. Y por otro, si existe, deja de ser nada.
Ergo, así las cosas, mi entrañal primate, LA NADA NO EXISTE.
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