
(Publicado en mi blog antiguo el jueves 7 de mayo de 2009)
- Buenos días, don José -dijo Paquito trayendo la jarra-. ¿Puedo sentarme con usted un momento?
- Claro, hombre.
- Pues verá... La palabra de hoy me gustaría que fuera un insulto... ¿Cómo le diría?... Una cosa así... elegante.
- ¿Has hecho enemigos?
- ¡Ná! ¡Un farfollas! Uno de mi barrio, que se cree alguien, y quiero dejarlo callao.
- Sin problema. ¿Tiene algún rasgo físico destacado por donde podamos atacarle?
- No.
- ¿Desórdenes morales?
- ¿Eso qué es?
- Si es ludópata, borracho, maricón, profanador de tumbas...
- Frío.
- ¿Hay aspectos destacables en su personalidad?
- Como qué.
- ¡Tú sabrás, Paco! Si eructa, si blasfema, si se hurga las narices...
- En mi barrio todo el mundo es así.
- Ya. ¿Familia?
- Mujer y dos hijos.
- ¿Oficio?
- Está en el paro.
- Y le gustará el fútbol...
- Más que a un tonto una gorra.
- Pues todo es normal -dije decepcionado-. Así que, francamente, no sé qué insulto aplicarle a ese talcualillo.
Paquito saltó del asiento.
- ¿Cómo ha dicho?
- Que no sé qué insulto...
- ¿Tal qué?
- ¿Talcualillo?
- ¡Sí! ¿Qué significa?
- Que sale poco de la medianía. Como si dijésemos vulgar.
- ¡Ese es el insulto que buscaba! ¡Gracias, don José!
- Para servirte.
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