
(Publicado en mi blog antiguo el viernes 15 de mayo de 2009)
Estábamos solos en el bar, y llamé a Paquito.
- Paco, siéntate aquí, hombre.
- Dígame usted, don José.
- ¿Tú has visto esa tía tan buenísima que pasa por aquí todas las mañanas...?
- Calle, calle. Que me lo estoy barruntando. ¡Ole! ¡Ole! ¡Y ole! No me diga que se la está...
- No, no. La tía no me hace ni caso. Escucha.
- Vale.
- ¿Tú tienes idea de lo que impresiona tener los rascacielos de Nueva York alzándose sobre tu cabeza...?
- Qué suerte. Yo no he estado nunca en Nueva York.
- No, ni yo tampoco.
Paquito iba distanciando las mandíbulas.
- ¿Y cuando compruebas ese billete de la primitiva...?
- ¡No joda! ¿Le ha tocado la lotería?
- Anda que te vas a callar... -podía verle las muelas del juicio; por cierto, tiene el piñamen hecho unos zorros- ¿Y cuando envías tu libro a una editorial y te contestan entusiasmados...?
- ¡No me diga más! ¡Le van a publicar un libro!
- Definitivamente, eres un coñazo. No me dejas que hable. Bueno, total: Que si se puede presumir de lo que has conseguido, pues también se podrá presumir de lo que no. ¿Estás de acuerdo?
Paquito pronunció algo parecido a un "Hí" con babas.
- Y, por tus muertos, Paco, cierra esa boca que te canta el perol que no hay quien viva.
- Perdone, don José.
- No, hombre. Si, yo, es por ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario