EL INTERCAMBIO

Hoy he ido al bar.

—¡Feliz año, don José!

—¡Igualmente, Paquito!

—¿Qué le han traído los Reyes?

—El lapo de un camello.

—Es lo que me gusta de usted: Que nunca responde lo que todo el mundo.

—Será que no soy como todo el mundo.

—No. En serio. ¿Qué le han traído?

—Te lo estoy diciendo: El lapo de un camello. Pásate por el blog y verás que no miento. El camello del paje me tiró un escupitajo encima y me tuve que duchar y todo.

—Qué cosas le pasan.

—¿Y a ti que te han traído?

—A mí, ropa.

—Bueno, ropa y esto.

Le alargué un paquete, en papel de regalo, que Paquito comenzó a abrir con la ilusión de un niño. Me hizo recordar la infancia, cuando también yo abría los paquetes con la ilusión de un niño. Es posible que Paquito no haya dejado de serlo. Yo, desde luego, envejecí tan pronto que tengo la sensación de haber muerto varias veces. Pareció decepcionarle.

—Eso, Paquito, es el ‘Miranda Podadera’. El mejor libro de lengua española que se ha escrito nunca.

—Ah.

—Lo que pasa es que te doy una fotocopia porque el original ya no se encuentra, y el que yo tengo es sagrado, porque en él estudiaron mis padres.

—Claro, claro. Estupendo. Pues esto —dijo dándome un sobre— debe de ser suyo, porque pone “don José”.

Dentro del sobre había una tarjeta, y me costó aguantar las lágrimas: «Vale por una de gambas».

—¿Tapa o ración?

—Hombre, ni se pregunta. Ración.

—¿Plancha?

—Plancha.

—Dios te bendiga, Paquito.

—Que usted lo merece.

Así de acertados deberían estar siempre los Reyes: Yo quiero gambas, pero no tengo dinero. Paquito quiere escribir, pero no tiene conocimientos. Él me da a mí las gambas. Y yo a él los conocimientos. Es un intercambio perfecto.