Me pregunto hasta dónde quiere llegar la vida. Cuál es el límite de su crueldad, si es que lo tiene. Qué pretende. Y esta sandez del blog, Dios Santo, ¿para qué servirá? A mí se me antoja una atracción de feria. «Pasen y vean» nos falta decir a los blogueros. «Pasen y vean al monstruo que les traigo desde lo más hondo de mi patética y anónima existencia». Pienso en el feriante exhibiendo a la mujer barbuda, que es la suya. Al padre anciano. Al hijo deforme. A sí mismo, por unas monedas. Pero ¿yo qué obtengo? ¿Qué saca en limpio este pobre miserable a trueque de enseñar al mundo sus vergüenzas? ¿No os parece triste? A mí también. Muy triste. El blog es un hierro ardiendo. Tal vez el último hierro ardiendo al que puede asirse un desdichado. Tras ello, si el intento fracasa, queda solo la muerte. O vagabundear, que es una forma de morir. No. No planeo rendirme. Pero, si sucede, que no sea sin decir siquiera ahí te quedan las llaves… Esperad un instante, que creo que… ¡Sí! ¡Son ellos!
—¡Oiga! ¡Oiga!
¡Son los Reyes Magos!
—¡Oiga! ¡Sí, sí, aquí! ¿Se pueden acercar un momento?
Ya vienen. Capaz que se me arregla la mañana.
—¡Muy buenas!
—Muy buenas.
—¿De recogida?
—Pues sí.
—Y qué. ¿Se dio bien el reparto?
—Bah. Como siempre.
—Pero este año se habrá notado la crisis, ¿no?
—Por supuesto que se ha notado. Y mucho.
—A ustedes también les afecta, ¿verdad?
—Claro. Igual que a todos.
—¿Se han quedado muchos niños sin juguetes?
—Más de los que hubiéramos querido.
—Caray. ¿Y no pueden ustedes traer inspiración a los que manejan la economía mundial? Quizás de ese modo…
—Lo sentimos, pero solo se nos permite traer regalos materiales.
—Entiendo. Y hablando de regalos materiales, a mí no me han dejado nada.
—¿Ah, no?
—Y tan no. Nada de nada.
—Hable con el paje, y que le dé cualquier cosa. Ahora nos marchamos, que estamos muy cansados.
—Gracias. Hasta la próxima.
—Que le vaya bien.
Me acerqué al paje.
—Buenas. Que dicen Sus Majestades…
—¡FFFFFFFFFFLLLLLLPPP!
¡Jioputa el camello! Me ha escupido. Y encima se va. La leche que…
—¡Cabrón!
No, si ya me lo advertía mi padre: Que tengo la suerte de un baldao. ¿En qué estábamos? Ah, sí. El blog. Pues eso. Que lamentable. Y, mira, lo dejamos, porque me ha puesto el camello, de saliva, que ¡válgame Dios! Que voy a tener que darme la primera ducha del 2010, yo que pensaba aguantar unos meses. ¿Será posible?
—¡Más que cabrón!
—¡Oiga! ¡Oiga!
¡Son los Reyes Magos!
—¡Oiga! ¡Sí, sí, aquí! ¿Se pueden acercar un momento?
Ya vienen. Capaz que se me arregla la mañana.
—¡Muy buenas!
—Muy buenas.
—¿De recogida?
—Pues sí.
—Y qué. ¿Se dio bien el reparto?
—Bah. Como siempre.
—Pero este año se habrá notado la crisis, ¿no?
—Por supuesto que se ha notado. Y mucho.
—A ustedes también les afecta, ¿verdad?
—Claro. Igual que a todos.
—¿Se han quedado muchos niños sin juguetes?
—Más de los que hubiéramos querido.
—Caray. ¿Y no pueden ustedes traer inspiración a los que manejan la economía mundial? Quizás de ese modo…
—Lo sentimos, pero solo se nos permite traer regalos materiales.
—Entiendo. Y hablando de regalos materiales, a mí no me han dejado nada.
—¿Ah, no?
—Y tan no. Nada de nada.
—Hable con el paje, y que le dé cualquier cosa. Ahora nos marchamos, que estamos muy cansados.
—Gracias. Hasta la próxima.
—Que le vaya bien.
Me acerqué al paje.
—Buenas. Que dicen Sus Majestades…
—¡FFFFFFFFFFLLLLLLPPP!
¡Jioputa el camello! Me ha escupido. Y encima se va. La leche que…
—¡Cabrón!
No, si ya me lo advertía mi padre: Que tengo la suerte de un baldao. ¿En qué estábamos? Ah, sí. El blog. Pues eso. Que lamentable. Y, mira, lo dejamos, porque me ha puesto el camello, de saliva, que ¡válgame Dios! Que voy a tener que darme la primera ducha del 2010, yo que pensaba aguantar unos meses. ¿Será posible?
—¡Más que cabrón!
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