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"La suerte es una fuerza compensatoria para beneficiar a los más torpes". (Prontuario de supervivencia, Pepe Gómiz)

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Descripción: Este blog es una nanoporción de mí mismo; a mi vez, nanoporción de la humanidad; a nuestra vez, nanoporción del universo; a su vez, nanoporción de un todo perteneciente al supratodo que ni llego a imaginarme.

Herramientas: Los fenómenos de mi experiencia, los noúmenos de mi fantasía, mi literatura, mi música y demás utillaje.

Valoración: De visita muy recomendable.

Expectativas: Tras consultar el DRAE, diré que vergatarias, padrísimas, óptimas.

Conclusión: Sin necesidad de consultar el DRAE, acción y efecto de concluir.

domingo, 27 de diciembre de 2009

YO, PUTA, Y TÚ, NÁ



—Don José, ¿de qué otras maneras puede decirse puta?
Me cogió por sorpresa.
—¿Y para qué quieres saberlo?
—En qué quedamos, ¿soy o no soy del oficio?
—Tienes razón, Paquito. Un escritor necesita un buen léxico. Pues mira. Para pocos conceptos, quizás para ninguno, hay en nuestro idioma tantas palabras como para el de puta. ¿Por qué? No lo sé. Pero es así.
—¿Y entonces?
—Entonces, a una puta le* puedes llamar prostituta, como sabemos, y también ramera o mujer pública. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Le* puedes llamar rabiza, que es una ramera muy despreciable.
—¿Otras no lo son?
—Claro. Otras no tanto. Porque en esto del putear, como en todo, hay jerarquías.
—Vale.
—Puedes llamarla** pucha, zorra, zorrón y zorrupia. Se entiende que zorrón es muy zorra.
—Las jerarquías, ¿verdad, don José?
—Verdad. Continuemos: tusona, pelandusca, peliforra y pelleja. ¿Me sigues?
—Le sigo —contestó Paquito, que iba escribiendo.
—Perdida. Pendón. Pobreta.
—¿Encima de pobre, puta?
—Algo así.
—Lástima de mujer.
—Pobreta digo. Más: Pupila. Mondaria. Mozcorra. Meretriz. Perra.
—¿Y perraca?
—Si quieres, también perraca. No lo recoge el diccionario, pero como hablante nativo de español tienes potestad para introducir nuevos vocablos o modificar los ya existentes en su forma o significado. Es tu lengua. Tu herramienta. Eso nunca lo olvides. El español pertenece a quienes lo hablamos. Nadie lo conoce como nosotros, y solo nosotros podemos transformarlo.
—¿Lo meto, pues?
—Por una cuestión de ortodoxia, no debes meterlo. Pero haz lo que estimes conveniente.
—No lo meto.
—Cantonera, capulina, araña… déjame recordar… bagasa, bordiona, aunque bordiona es un término anticuado…
—Un momento, don José. ¿Lo que decimos no es ‘esta tía es más marrana que la arañas’?
—Lo decimos, y no tendríamos que decirlo porque las arañas son muy limpias, pero al parecer son muy putas.
—O sea que, a partir de ahora, ‘más puta que las arañas’.
—Eso, como tú veas. Buscona. Cellenca. Cotorrera.
—Va a ser verdad que hay unas poquillas, ¿eh?
—Churriana.
—¿Churriana? ¡Hay pueblos que se llaman Churriana!
—Sí. Pero son anteriores al ingreso de esta palabra en la Academia. Los alcaldes no estuvieron atentos, y ahora cualquiera la saca.
—¿Entonces, ajo y agua?
—Y qué remedio les queda.
—Pueden cambiarle el nombre al pueblo.
—Pueden. Seguimos.
—En la vin. ¿Es que hay más?
—Cómo más. Para aburrirnos. Y porque no estamos metiendo las de Hispanoamérica. Apunta.
—¿Eso qué es? ¿Puta también?
—¡No, coño! ¡Que apuntes!
—Ah.
—Chai. Enamorada.
—¡Ole!
—Sí, enamorada.
—¡Qué cosas, Señor!
—Esquinera. Golfa.
—Esa está chupada.
—Paco, si me interrumpes cada dos por tres, no acabamos. ¿Ves? Ya he perdido el hilo.
—Íbamos por chai, enamorada, esquinera, golfa…
—Esquinera, golfa… Iza, sin hache. Lumia. Fulana —Paquito se mordió la lengua para no interrumpir—. Gorrona. Marca. Hetera. Hurgamandera. Furcia. Gamberra. Lagarta. Lagartona. Madama. Mundaria. ¿He dicho meretriz?
—Déjeme ver… Sí. Meretriz.
—Entonces… Pecadora. Pelota. Pendanga.
—Ya está, ¿no?
—Espera, hombre, que quedan todavía. ¿He dicho perendeca?
—¿Perendeca? ¿Perendeca?... No.
—Pues ponla. Perendeca. Tía.
—Jo. Ni los parientes se libran.
—Calla, Paco, que me distraes. Penca. Pécora. Mala pécora.
—Que es peor que pécora sola, ¿verdad usted?
—¿Pues no pareces tonto, Paquito? ¡Claro que es peor! Pedorra.
—¡Esto es el colmo! ¿Pero pedorra no es la que se tira pedos?
—¡Y en Aragón, la que es puta! ¡Tú déjame a mí, hombre! Una tal.
—¿Tal?
—No. Tal, no. Una tal. Son dos palabras.
—Vale. Una tal.
—Mujer del arte. Mujer de punto. Mujer del partido. Mujer mundana. Mujer perdida. ¿Lo estás escribiendo bien?
—La duda ofende.
—Lee.
—Mujer del arte. Mujer del punto…
—¿Ves como no? ¡Que no es del punto, leche! ¡Que es de punto! ¡Mujer de punto!
—Bueno. Bueno. Mujer de punto.
—¿Qué más?
—Mujer del partido. Mujer mundana. Mujer perdida…
—De acuerdo. Y para terminar, porque nos van a dar las uvas, la que está más alto en el escalafón de las putas: la dama cortesana, considerada una ramera de calidad.
—¿Hemos terminado?
—Hemos terminado.
—¿Pues sabe qué le digo?
—Qué.
—¡Que como para ponerle a usted los cuernos, don José!


NOTA*: En este caso, según permite, aunque no recomienda, la Real Academia, considero intransitivo el verbo ‘llamar’ con el significado de ‘aplicar [a alguien o algo] una denominación o calificativo’. De este modo, el pronombre personal átono obligado para el femenino es ‘le’, complemento indirecto.

NOTA**: En este caso, según recomienda la Real Academia, considero transitivo el verbo ‘llamar’ con el significado de ‘aplicar [a alguien o algo] una denominación o calificativo’. De este modo, el pronombre personal átono obligado para el femenino es ‘la’, complemento directo.

Se trata, este doble rasero, de una “vacilación tradicional”, según leo en el ‘Diccionario panhispánico de dudas’ de la Real Academia, aceptada aún en nuestros días, y que yo prefiero seguir aprovechando para enriquecer mis escritos, antes de que quede prohibida definitivamente, lo que, supongo, terminará ocurriendo.

2 comentarios:

  1. ¡Cuánto se agradecen las conversaciones con Paquito! Son un instrumento enriquecedor, aleccionador, enseñante y divertido a la vez. Magnífico, como siempre. Y cuánto disfruto las mañanas con el café, el cigarrito y la buena literatura.

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  2. Por cierto, también decir que esta buena literatura escasea, y mucho. Te doy las gracias por dejarnos compartirla y disfrutarla, así como por el apunte lingüístico, siempre enriquecedor.

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