Cada mañana durante cincuenta años, la mujer solitaria esperaba la llegada del cartero. Salía a recibirle.
—¿Hay carta de mi novio? —preguntaba ilusionada.
—Lo siento.
—No importa —añadía—. Ya escribirá cuando pueda.
Cincuenta años amando al novio que huyó miserablemente convirtieron el dolor en esperanza. Al cartero en la única esperanza.
Aquel día, un hombre se acercó a la mujer solitaria. Se le quedó mirando con ojos arrepentidos, y le dijo:
—¿Me recuerdas?
La mujer guardaba silencio. El hombre insistió:
—¿Me recuerdas?
—No. ¿Quién es usted?
—¿De verdad no me recuerdas?
—Le digo que no. Es la primera vez que lo veo en toda mi vida.
—Hace mucho tiempo —aclaró el hombre.
—Pues, sinceramente. No sé quién es. ¿En qué puedo ayudarle?
—Hace mucho tiempo… —siguió diciendo el hombre.
De pronto, un brillo de ilusión indescriptible asomó al rostro de la mujer solitaria.
—Perdone —dijo yéndose hacia al cartero, que llegaba.
—¿Hay carta de mi novio?
Fin
(Estupideces, Pepe Gómiz)
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