(Publicado en mi blog antiguo el martes 22 de septiembre de 2009)
Por ahora, el ofrecimiento que he hecho en este blog, para dar clases particulares de diferentes materias en Almería, no está arrojando el menor resultado. Me preocupa que suceda con esta nueva aventura lo que con tantas otras que emprendí en mi vida: Que, una vez más, la sociedad me ignore y me desaproveche. Son muchas las herramientas que llevo utilizadas para convenceros de mi solvencia intelectual, pero, pues caen en saco roto, seguiré con las demostraciones. Verbigracia, la entrevista imaginaria, con el supuesto padre de un hipotético alumno, que finjo a continuación.
Por ahora, el ofrecimiento que he hecho en este blog, para dar clases particulares de diferentes materias en Almería, no está arrojando el menor resultado. Me preocupa que suceda con esta nueva aventura lo que con tantas otras que emprendí en mi vida: Que, una vez más, la sociedad me ignore y me desaproveche. Son muchas las herramientas que llevo utilizadas para convenceros de mi solvencia intelectual, pero, pues caen en saco roto, seguiré con las demostraciones. Verbigracia, la entrevista imaginaria, con el supuesto padre de un hipotético alumno, que finjo a continuación.
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Estaba yo en el bar, con mi jarra de medio litro, absorto en no sé qué estériles lucubraciones, cuando se me aproximó un individuo.
- ¿Señor Pepe Gómiz?
- El mismo.
- ¿Está ocupado?
- Hasta cuando duermo. ¿Qué era?
- Disculpe, entonces, que le interrumpa. Es que he leído, en Internet, que da usted clases particulares en Almería.
- En efecto. ¿Le interesan?
- No para mí. Para uno de mis hijos.
- Ah, pues muy bien. ¿Cuándo empezamos?
- No, no. No tan rápido. Quisiera saber, antes, cosas de usted.
- ¿Cosas? ¿Se refiere a mi orientación sexual? ¿A mi estado civil? ¿A mis preferencias políticas?... Qué quiere conocer. ¿Mis capacidades? ¿Mi obra? ¿Mi reputación?...
- Bueno. Un poco todo. Sí.
- ¿Su hijo tiene unos cincuenta años, un culo de cien quilos, usa tacones de aguja con minifalda y es muy, pero que muy golfa?
- Primera noticia.
- En tal caso, no debe preocuparse.
- ¿Y lo demás?
- ¡Pero qué demás! Amigo, soy profesor. No voy a cambiar el ideario de su hijo, ni me lo voy a comer crudo, ni corre peligro alguno conmigo. Me limito a enseñar.
- Bien, bien. De acuerdo. Pero déjeme que le haga unas preguntas. ¿Por qué ha decidido enseñar?
- Porque me gusta enseñar. Disfruto enseñando. Me encanta transmitir lo que sé. Es una experiencia desigual ir alumbrando conocimientos en el ignorante. Me apasiona. Y creo, incluso, que tengo la obligación moral de hacerlo.
- Usted es arquitecto, ¿no?
- Sí.
- ¿Y no ejerce?
- Dejé de ejercer porque el ejercicio profesional era una desvergüenza. Y ahora, aunque quisiera ejercer, no hay trabajo.
- ¿También es guitarrista?
- También.
- ¿Y no actúa?
- Pues, hombre, podría actuar, y tal vez lo haga. Pero lo cierto es que no actúo, no.
- Y compone...
- Sí.
- ¿No le genera eso derechos de autor?
- No, porque nadie interpreta mis composiciones.
- ¿Son malas?
- Al contrario. Son espléndidas.
- ¿Entonces?
- Puedo crear. Puedo ofrecer mi obra. Pero no puedo luchar contra la necedad humana. Y esto es igualmente válido para mi literatura, porque también escribo.
- Sí, sí. Ya lo he visto. ¿Fuma usted?
- ¿Que si perjudico gravemente mi salud y la de los que están a mi alrededor? Sí.
- Pues vale. Ya, si eso, como sé dónde localizarlo... Gracias, ¿eh?
- A su disposición.
Se acercó Paquito.
- Don José, ¿quién era ese?
- Ruina. Un capullo que ha venido a hacerme la ficha. Pero, de trabajo, nada de nada.
- Estamos aviados.
(Véase también DOY CLASES EN ALMERÍA)
- ¿Señor Pepe Gómiz?
- El mismo.
- ¿Está ocupado?
- Hasta cuando duermo. ¿Qué era?
- Disculpe, entonces, que le interrumpa. Es que he leído, en Internet, que da usted clases particulares en Almería.
- En efecto. ¿Le interesan?
- No para mí. Para uno de mis hijos.
- Ah, pues muy bien. ¿Cuándo empezamos?
- No, no. No tan rápido. Quisiera saber, antes, cosas de usted.
- ¿Cosas? ¿Se refiere a mi orientación sexual? ¿A mi estado civil? ¿A mis preferencias políticas?... Qué quiere conocer. ¿Mis capacidades? ¿Mi obra? ¿Mi reputación?...
- Bueno. Un poco todo. Sí.
- ¿Su hijo tiene unos cincuenta años, un culo de cien quilos, usa tacones de aguja con minifalda y es muy, pero que muy golfa?
- Primera noticia.
- En tal caso, no debe preocuparse.
- ¿Y lo demás?
- ¡Pero qué demás! Amigo, soy profesor. No voy a cambiar el ideario de su hijo, ni me lo voy a comer crudo, ni corre peligro alguno conmigo. Me limito a enseñar.
- Bien, bien. De acuerdo. Pero déjeme que le haga unas preguntas. ¿Por qué ha decidido enseñar?
- Porque me gusta enseñar. Disfruto enseñando. Me encanta transmitir lo que sé. Es una experiencia desigual ir alumbrando conocimientos en el ignorante. Me apasiona. Y creo, incluso, que tengo la obligación moral de hacerlo.
- Usted es arquitecto, ¿no?
- Sí.
- ¿Y no ejerce?
- Dejé de ejercer porque el ejercicio profesional era una desvergüenza. Y ahora, aunque quisiera ejercer, no hay trabajo.
- ¿También es guitarrista?
- También.
- ¿Y no actúa?
- Pues, hombre, podría actuar, y tal vez lo haga. Pero lo cierto es que no actúo, no.
- Y compone...
- Sí.
- ¿No le genera eso derechos de autor?
- No, porque nadie interpreta mis composiciones.
- ¿Son malas?
- Al contrario. Son espléndidas.
- ¿Entonces?
- Puedo crear. Puedo ofrecer mi obra. Pero no puedo luchar contra la necedad humana. Y esto es igualmente válido para mi literatura, porque también escribo.
- Sí, sí. Ya lo he visto. ¿Fuma usted?
- ¿Que si perjudico gravemente mi salud y la de los que están a mi alrededor? Sí.
- Pues vale. Ya, si eso, como sé dónde localizarlo... Gracias, ¿eh?
- A su disposición.
Se acercó Paquito.
- Don José, ¿quién era ese?
- Ruina. Un capullo que ha venido a hacerme la ficha. Pero, de trabajo, nada de nada.
- Estamos aviados.
(Véase también DOY CLASES EN ALMERÍA)
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