(Publicado en mi blog antiguo el miércoles 24 de junio de 2009)
Recordando al pobre Acteón, y la mala suerte que tuvo sorprendiendo a la diosa Diana en cueros, se me ha ocurrido un nuevo apunte para mi tratado de las cosas del mundo en lenguaje del Siglo de Oro (que, os avanzo, se llamará "THESORO DE PRUDENCIA Y AVISO PARA DESNORTADOS", y que no firmo como Pepe Gómiz, pues delego su autoría en cierto Leoncio Cordones diciendo: "... compuesto por Leoncio Cordones, hombre fuera del su tiempo, maestro de architectura en retén y chronista en activo de su Majestad... dedícala al rey don Felipe IV de España..." etc.).
DE LOS CORNUDOS
Solo hizo Acteón entrar al bosque y, por tan leve falta, lo trocaron en ciervo. ¿Podrá, entonces, lamentarse de ingresar al número de los cornígeros quien hallando mujer que a legua su liviandad declara, aun así, se desposare con ella? No debe, ni le es permitido, pues no debe, ni le es permitido al necio lamentarse de sus necedades. ¿Se admite, en cambio, queja en quien al altar llevaren engañado, y que, tras las exequias que creyó esponsales, vese el infeliz nacer en el cráneo unos floroncos? Se admite. Aunque hay reparos, pues ¿dijo "no entiendo de graja pelada" cuando las arras, o respondió, más bien, "sí quiero" a boca llena? Ahí conocéis que hizo juego este osado a la fortuna, que, debió saber, a las veces viene adversa. Tengan, pues, todos por dicho y advertido que eludir el cuerno cuesta eludir a quien pueda ponerle, y ningún otro de los artes que a este fin se recomienden pienso certificar. Y otro aviso pongo: que el hombre ciervo se deshaga cedo de sus perros, si les tuviere, y en esto evitará ser, como Acteón, devorado por ellos de añadidura.
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