(Publicado en mi blog antiguo el viernes 26 de junio de 2009)
Vale. Ya sé que ha muerto una estrella del pop, del rock, o de lo que demonios se llame eso que hacía el más famoso macilento de la historia de la humanidad. Pero no tuve el gusto. Así que descanse en paz, y a otra cosa, que no ha de faltar quien escriba sobre él. En cambio, al que sí conozco mejor que bien es al amigo Juan, el que dice que tengo el culo feo, para que ustedes lo ubiquen. Juan parece haber nacido con la única misión de joderme la marrana. Ya van varias. Me salta el otro día con que, yo no me doy cuenta, pero tengo que cambiar la actitud porque, si no, la gente me elude. Y que, de ahí, derivan mis fracasos. Y esto, aseguraba, igual que no se da cuenta tampoco aquel a quien le hieden los sobacos, pero que ha de lavárselos porque, si no, la gente le huye, o seguirá fracasando. Necedades, necedades, y más necedades... Al personal se le ha escacharrado el olfato, y toma por hedor pútrido las fragancias deleitables. No es mi culpa. ¡Y no me lavo nada, coño! ¡Que se arreglen ellos las narices!
Pero de todo sacamos provecho los pobres. Y, miren por dónde, se me ha ocurrido un experimento que, mucho he de equivocarme, o cogerá fama: EL EXPERIMENTO DE LOS SOBACOS. Consistirá en lavarme a diario una de las axilas, sahumándola después con almizcle y untándola de buenos perfumes, y dejar la otra sin aseo, a como Dios quiera pudrirla. Tras ello, andaré las ciudades comprobando por cuál de ambos flancos se me aparta más el gentío. Informaré con los datos.
Vale. Ya sé que ha muerto una estrella del pop, del rock, o de lo que demonios se llame eso que hacía el más famoso macilento de la historia de la humanidad. Pero no tuve el gusto. Así que descanse en paz, y a otra cosa, que no ha de faltar quien escriba sobre él. En cambio, al que sí conozco mejor que bien es al amigo Juan, el que dice que tengo el culo feo, para que ustedes lo ubiquen. Juan parece haber nacido con la única misión de joderme la marrana. Ya van varias. Me salta el otro día con que, yo no me doy cuenta, pero tengo que cambiar la actitud porque, si no, la gente me elude. Y que, de ahí, derivan mis fracasos. Y esto, aseguraba, igual que no se da cuenta tampoco aquel a quien le hieden los sobacos, pero que ha de lavárselos porque, si no, la gente le huye, o seguirá fracasando. Necedades, necedades, y más necedades... Al personal se le ha escacharrado el olfato, y toma por hedor pútrido las fragancias deleitables. No es mi culpa. ¡Y no me lavo nada, coño! ¡Que se arreglen ellos las narices!
Pero de todo sacamos provecho los pobres. Y, miren por dónde, se me ha ocurrido un experimento que, mucho he de equivocarme, o cogerá fama: EL EXPERIMENTO DE LOS SOBACOS. Consistirá en lavarme a diario una de las axilas, sahumándola después con almizcle y untándola de buenos perfumes, y dejar la otra sin aseo, a como Dios quiera pudrirla. Tras ello, andaré las ciudades comprobando por cuál de ambos flancos se me aparta más el gentío. Informaré con los datos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario