(Publicado en mi blog antiguo el viernes 12 de junio de 2009)
Cuenta la mitología griega que un soguero, llamado Ocno, tenía una burra que se iba comiendo las sogas conforme él las trenzaba. Para muchos, esta leyenda simboliza a un hombre trabajador casado con una mujer derrochadora. Para otros, el esfuerzo sin recompensa. Hoy, en la sección de entrevistas irreales, contamos con la presencia de "Ocno y la burra".
- Sean los dos bienvenidos.
- Gracias.
- Pero, hombre, señor Ocno, ¿usted no se daba cuenta de que la burra se comía la soga?
- Claro que me daba cuenta.
- ¿Y entonces?
- Qué quiere que hiciese. Si fuera fácil evitar las desgracias, no habría un solo desgraciado en el mundo.
- Y usted, señora burra, ¿qué sacaba jodiendo de ese modo al señor Ocno?
- Le aseguro que no lo sé. Porque, además, las sogas están más duras que sus muertos, y no son, ni mucho menos, plato de gusto. Yo supongo que cumplía con un mandato divino, o algo así. Si no, no se entiende. De verdad.
- ¿Hemos de considerar eso una disculpa?
- Si ustedes quieren. Pero insisto en que no sé por qué lo hice. No me gustan las sogas, no quería fastidiar al señor Ocno... Ni idea, vaya.
- Una curiosidad: ¿Come sogas desde entonces?
- No he vuelto a probarlas.
- Señor Ocno, ¿qué opina de todo esto?
- ¿Con honestidad? Creo que la burra es sincera. Que no buscaba perjudicarme. Y sí. Más bien, supongo que cumplía con algún mandato divino.
- ¿En consecuencia, no le guarda rencor?
- Ninguno. Ella también es una víctima.
- Pero admita que, por culpa de la burra, usted ha pasado a la historia como un tanto... pardillo, digamos.
Cuenta la mitología griega que un soguero, llamado Ocno, tenía una burra que se iba comiendo las sogas conforme él las trenzaba. Para muchos, esta leyenda simboliza a un hombre trabajador casado con una mujer derrochadora. Para otros, el esfuerzo sin recompensa. Hoy, en la sección de entrevistas irreales, contamos con la presencia de "Ocno y la burra".
- Sean los dos bienvenidos.
- Gracias.
- Pero, hombre, señor Ocno, ¿usted no se daba cuenta de que la burra se comía la soga?
- Claro que me daba cuenta.
- ¿Y entonces?
- Qué quiere que hiciese. Si fuera fácil evitar las desgracias, no habría un solo desgraciado en el mundo.
- Y usted, señora burra, ¿qué sacaba jodiendo de ese modo al señor Ocno?
- Le aseguro que no lo sé. Porque, además, las sogas están más duras que sus muertos, y no son, ni mucho menos, plato de gusto. Yo supongo que cumplía con un mandato divino, o algo así. Si no, no se entiende. De verdad.
- ¿Hemos de considerar eso una disculpa?
- Si ustedes quieren. Pero insisto en que no sé por qué lo hice. No me gustan las sogas, no quería fastidiar al señor Ocno... Ni idea, vaya.
- Una curiosidad: ¿Come sogas desde entonces?
- No he vuelto a probarlas.
- Señor Ocno, ¿qué opina de todo esto?
- ¿Con honestidad? Creo que la burra es sincera. Que no buscaba perjudicarme. Y sí. Más bien, supongo que cumplía con algún mandato divino.
- ¿En consecuencia, no le guarda rencor?
- Ninguno. Ella también es una víctima.
- Pero admita que, por culpa de la burra, usted ha pasado a la historia como un tanto... pardillo, digamos.
- A los que piensan eso, ya quisiera yo haberlos visto en mi lugar. Y, además, la culpa no es de la burra, ni mía, ni de nadie. La cosa vino de arriba. Entiéndalo.
- No doy crédito... Pensé que acabarían ustedes a coces y, como me descuide, se encaman.
- Hombre. Eso, tampoco. Aquello sucedió porque tenía que suceder. Y, ahora, cada uno por su lado.
- En fin. No salgo de mi asombro. ¿Quiere añadir algo, señor Ocno?
- No.
- ¿Y usted, señora burra?
- Siento mucho lo que pasó, y pido perdón al señor Ocno.
- Pues ha sido un placer entrevistarles. Muchas gracias.
- Hombre. Eso, tampoco. Aquello sucedió porque tenía que suceder. Y, ahora, cada uno por su lado.
- En fin. No salgo de mi asombro. ¿Quiere añadir algo, señor Ocno?
- No.
- ¿Y usted, señora burra?
- Siento mucho lo que pasó, y pido perdón al señor Ocno.
- Pues ha sido un placer entrevistarles. Muchas gracias.
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